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Farmacéuticos 56 Farmacéuticos 57 FARMACIA CON ARTE LAS BOTICAS DE PALACIO Por María del Mar Sánchez Cobos Farmacéutica El airecillo de la montaña agitó levemente los setos de boj, desprendiendo un aroma que encierra reminiscencias meridionales. Perfectamente podados forman líneas, dibujos geométricos a los pies del majestuoso monasterio palatino. Felipe II decide gobernar su Imperio desde un lugar esotérico, austero y religioso. Una maravilla arquitectónica enclavada a los pies del Monte Abanto, en la Sierra de Guadarrama. Un colosal monasterio, palacio, panteón real y biblioteca, que su Católica Majestad decide construir y lo consagra a San Lorenzo, en recuerdo de la Batalla de San Quintín, que se ganó precisamente en esta onomástica. El recinto escurialense tiene nueve torres. La torre sur occidental albergó la botica que fundó el monarca y fue conocida como la Torre de la Botica. Según el historiador Luis Manuel Auberson, Lady Fanshawe, esposa del embajador británico, la visitó en 1664, y quedó muy impresionada por su amplitud y decoración en dorado y mármol. San Lorenzo fue un foco de sabiduría y tuvo eminentes boticarios, especialmente pertenecientes a la orden jerónima, muy entendidos en drogas y yerbas. La Botica tenía un huerto con plantas medicinales, productos elaborados (miel, azúcar, aguardientes), remedios singulares (magnetita, mumia, palo santo, venenos, agua celestial o rocío), y una inmensa biblioteca donde abundan los códices de alquimia en latín y griego. Destacaban los destilatorios, como el llamado “torre filosofal”, enorme artilugio de cobre que permitía obtener grandes cantidades de agua destilada. Quizás esta fue una de las razones por las que la Botica Escurialense se trasladó y amplió fuera de la torre. Desgraciadamente y tras la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, los utensilios e instrumentos de la botica fueron dispersados: cajas, orzas y albarelos que solían portar el escudo con la parrilla de San Lorenzo y el león rampante de los Jerónimos. Gran parte pasaron a la farmacia de la familia Ruiz Capilla en el Escorial. Sonaban las campanas cuando la comitiva real abandonaba el bello y sobrio edificio, donde había residido durante el otoño. La monarquía española gustaba de pasar las diferentes temporadas del año en los Reales Sitios, en los cuales cazaban, descansaban, recibían invitados, o sencillamente huían del calor imperante de la capital durante los veranos. Con las primeras claridades del día un gallo cacareó. El primer verdor primaveral inundaba los preciosos jardines donde se asienta el Palacio de Aranjuez. Olmos, abedules y plátanos de sombra hacían susurrar sus hojas al compás del fluir de los ríos Jarama y Tajo. Tanto los Austrias como los Borbones, fueron sucesivamente embelleciéndolos y ampliándolos. Los Jardines del Rey, del Príncipe, de la Isla, del Parterre, así lo atestiguan. La Corte solía pasar aquí la primavera. La decoración del Palacio contenía un gran contenido simbólico ya que se trataba de un lugar de recreo. Al anochecer el jardín se vuelve sereno y misterioso. Pequeños remolinos alegran el caudal del río cuyas aguas se utilizaron con fines terapéuticos. Es por ello que se creó una oficina de destilación de aguas y aceites y que con sus redomas y alambiques se realizaban preparados medicinales con diversas plantas, flores e hierbas aromáticas para uso de la Familia Real, así como para el abastecimiento de todas las boticas de su majestad. A partir del siglo XVI, el destilador mayor y sus ayudantes debían ser boticarios. Entre los maravillosos jardines donde el “castrato” Farinelli amenizaba las veladas musicales palaciegas; el maestro Scarlatti enseñaba a tocar sus sonatas a la Reina María Bárbara de Braganza; Rusiñol y Sorolla les secuestraba el alma a golpe de pincel, y Joaquín Rodrigo los hacía inmortales con su “Concierto”, había un pequeño jardín botánico que suministraba las plantas medicinales necesarias para el mantenimiento de la Botica Real de Aranjuez, fundada en 1629. Además, desde sus instalaciones, se dispensaban plantas con efectos terapéuticos procedentes de Ultramar, como las quinas hasta 1870, cuando la Real Botica se cerró con motivo del advenimiento de la revolución conocida como “La Gloriosa”. El Pardo también albergó una botica que suministraba asistencia farmacéutica. Todas y cada una de estas instalaciones dependían de la Real Botica. La Botica del Rey tiene sus orígenes cuando la Corte se establece en Madrid. Felipe II la funda en 1594 y la instala en el antiguo Alcázar de los Austrias que quedó destruida en el incendio que lo asoló. Aunque la asistencia farmacológica siguió activa durante los años posteriores, no fue hasta 1799 y bajo el reinado de Carlos IV, que se instauró una nueva Oficina. Esta también pasó por distintas sedes hasta su instalación en 1887, en un ala del actual Palacio Real de Madrid. Los últimos rayos de sol morían por Oriente. A lo lejos se oían los compases de una orquesta. Había baile en palacio. El frufrú de la sedas se mezclaba con el relinchar de los caballos y el resonar de los cascos sobre el piso enlosado del amplísimo patio. El Boticario Mayor estaba fatigado. Antes de irse a descansar, revisó que en el maravilloso laboratorio Art-Decó todo estuviera en orden. Paseó su mirada por los tratados médicos, los de física y química, las farmacopeas, herbarios e incunables que se atesoraban en la imponente Biblioteca. No pudo dejar de admirarse al disfrutar de los botámenes decorados con el escudo real, realizados en las Fábricas de Cristales de la Granja y de Porcelana del Buen Retiro; las orzas y botes de Talavera; copas de vidrio y opalina; frascos y cajas de hierbas; los tibores con las armas de Felipe V e Isabel de Farnesio; los muebles cordialeros. Había terminado su jornada y muy despacio cerró la puerta de tan majestuosa Botica. La Botica del Palacio Real cerró al público en 2013. Ahora y gracias al convenio firmado entre el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos y Patrimonio Nacional, ambas instituciones están trabajando conjuntamente en la rehabilitación y restauración de esta joya histórica, que podrá volver a visitarse el año próximo. Una niebla húmeda se despereza con los primeros rayos de sol estival en la Granja de San Ildefonso. Segoviana y Palaciega. En su sereno jardín, los pajarillos se acercan a beber en sus bellísimas fuentes. Felipe V, el primer Borbón que reinó en España, cuando conoció tan bellos parajes se enamoró del lugar y construyó allí un espectacular palacio y una elegante Colegiata. Tupidos bosques rodeaban el complejo palaciego, engalanado con jardines, laberintos y fuentes. En la zona alta se encuentra un lago artificial que provee de agua al parque y las fuentes. Se conoce como “El Mar”, donde posiblemente era usada la falúa real, lujosa embarcación fluvial, de Carlos II, hoy sita en Aranjuez. El agua impregna el paisaje con sus juegos; fluye, burbujea, murmura, inspirando músicas como la “Música acuática” de Händel, tantas veces interpretada en estos lares. Junto a estas maravillas se encuentra un pequeño jardín medicinal. El jardín de la botica tiene alrededor de 200 especies con aplicaciones farmacológicas que ya cultivaban los monjes que habitaban allí antes de la construcción del Palacio. Asimismo hay algunos frutales, legumbres y verduras. Este huerto proporcionaba las materias primas para la elaboración de las fórmulas magistrales que se realizaban en la Botica Real creada en 1724 que también abastecía la enfermería de aquella localidad. Desgraciadamente en una fría mañana de enero en 1918, se produjo un incendio en la zona del Patio de la Botica. Las llamas se extendieron por todo el recinto alcanzando a gran parte del Palacio. El fuego duró dos días, fue muy difícil de controlar debido al viento y a que los depósitos de agua estaban congelados. La Reina Victoria Eugenia derramó abundantes lágrimas al enterarse de la desdicha, porque aunque no hubo desgracias personales, el Real Sitio era muy querido para ella. Las obras de reconstrucción no empezaron hasta 1928.

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